Cuando era una niña me gustaba muchísimo la “canción” de gotitas de lluvia, que iniciaba golpeando el dedo índice con la palma de la mano contraria. Así, de uno en uno, pasaba de una llovizna suave hasta el sonido del aguacero, aunque siempre me hacía falta el olorcito a humedad; aún hoy me reconforta. Así, luego pensaba que eran nubes suicidas y sentía esa tristeza en forma de piquetitos breves sobre el pecho. Entonces supe que los paraguas son de las cosas más bonitas para mí, eso sí, nunca he podido tener muchos porque siempre los olvido aquí o allá. Me gusta el frío húmedo que roza mis mejillas y, no niego, que todavía –a veces- salto en los charcos.
Todos vestidos en capas, buscando calorcito, son bonitos los arrumacos que provoca el agüita…
sábado, 9 de enero de 2010
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