Ayer, después de acompañar a mi suegro con un cigarro y del trayecto terrible intentando contener el vómito por el tabaco y el movimiento del auto, volví a replantearme el constante pero no fructífero “voy a dejar de fumar”, al que acto seguido siempre añado unos signos de interrogación. Soy fumadora social y muy mala en soledad, salvo muy pocas ocasiones; además, los cigarros también me traen recuerdos e imágenes bonitas: los raleigh me recuerdan tanto a papá, los boots a las tías en su afán de fumadoras empedernidas, los faritos al mar, los enlatados a la prima y su esposo, los de chocolate a mi infancia, los de clavo – a pesar del asco que me dan- a mis días de universitaria.
Me gusta ver el humo del cigarro a contra luz del sol y A dice que asumo una postura chistosa cuando fumo, claro, también dice que le asquea. Y qué decir (valga la redundancia) del tango maravilloso que me provoca las ganas al escucharlo... Supongo que por ahora no dejaré el cigarro.
sábado, 23 de enero de 2010
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