Ayer que era hoy y hoy que era mañana… Ayer después del susto con los abusos de las inmobiliarias y de discernir entre si comprábamos la bodega, el estacionamiento y los acabados y ya después el departamento, porque para ese sí que no nos alcanza, visité con A la exposición de Gormley. No había pisado un museo desde el paseo por el Dolores Olmedo que finalizó con El Corcito. Los extrañaba, pero sabía que sería doloroso porque aún extraño ese trabajo que me gustaba tanto, sin importar el dinero, y el rechazo a la maestría porque la ilusión por iniciar el año de nuevo en mi universidad y estudiando algo que disfruto tanto se esfumó en un segundo… Vaya que esta inactividad laboral me ha vuelto más catastrófica e incisiva, whit my self.
Decía, fue una tarde muy divertida, jugamos a darle nombre e historias a las esculturas, por segundos o minutos nos convertíamos en ellas o ellas en nosotros y reíamos. Pensaba en lo irracional en que debe mantenerse la mirada para poder brindarle al arte un contexto que, quizás, podríamos llamar racional, o más bien racional-emocional (sí, contradictorio e inexistente), esto es lo terrible de intentar etiquetar -eufemística, sin duda-. Lo dejaré en sensibilidad y me viene la duda sobre la empatía... Ya.
Acepto que a pesar de intentar mirar desde diferentes aristas ciertas obras de determinados autores, sobre todo del denominado arte contemporáneo, en muchas ocasiones ni percibo, ni entiendo, ni siento. Me alegra mucho, que ayer –hoy- no fuera el caso. Lo disfruté mucho.
jueves, 28 de enero de 2010
lunes, 25 de enero de 2010
sábado, 23 de enero de 2010
Además del cáncer de pulmón
Ayer, después de acompañar a mi suegro con un cigarro y del trayecto terrible intentando contener el vómito por el tabaco y el movimiento del auto, volví a replantearme el constante pero no fructífero “voy a dejar de fumar”, al que acto seguido siempre añado unos signos de interrogación. Soy fumadora social y muy mala en soledad, salvo muy pocas ocasiones; además, los cigarros también me traen recuerdos e imágenes bonitas: los raleigh me recuerdan tanto a papá, los boots a las tías en su afán de fumadoras empedernidas, los faritos al mar, los enlatados a la prima y su esposo, los de chocolate a mi infancia, los de clavo – a pesar del asco que me dan- a mis días de universitaria.
Me gusta ver el humo del cigarro a contra luz del sol y A dice que asumo una postura chistosa cuando fumo, claro, también dice que le asquea. Y qué decir (valga la redundancia) del tango maravilloso que me provoca las ganas al escucharlo... Supongo que por ahora no dejaré el cigarro.
Me gusta ver el humo del cigarro a contra luz del sol y A dice que asumo una postura chistosa cuando fumo, claro, también dice que le asquea. Y qué decir (valga la redundancia) del tango maravilloso que me provoca las ganas al escucharlo... Supongo que por ahora no dejaré el cigarro.
sábado, 16 de enero de 2010
Algunos recuerdos en blanco
Los ojos me pican, me duele la mandíbula… Llevo no sé cuanto tiempo aplazando la inevitable –algún día- cita con el ginecólogo. Será, de verdad, que no me gustan los médicos, ni sus batas blancas; que soy como mi padre y repito que todo está en la mente… La mente –lamente-, demasiado complicado para este texto.
Sobre doctores, recuerdo al homeópata que veía de niña, un señor con una nariz que me impresionaba: como una fresa enorme. En la consulta se dedicaba a bromear molestándome. Él reía, mis padres reían, pero yo no. Creo que me gustaba más la doctora que recetaba "agüitas", no recuerdo su rostro sólo su mano sosteniendo el péndulo de cristal mientras me hacía preguntas.
Sí, y como olvidar al que se apellidaba Malpica, me daba un miedo terrible sólo el escuchar que me llevarían con él. Ya me asustaban bastante las inyecciones como para soportar a un "malpica".
Los hospitales me gustan menos. Tengo el recuerdo de mi abuela paterna soplándole a un globo para “fortalecer sus pulmones”, pero ni el globo ni sus ganas pudieron frente a ese “virus de hospital”. La última vez que estuve con mi abuelito Antonio decía que le quitaran el globo que tenía en su garganta, más bien, lo escribía en la libretita que le dio su mujer para que se pudiera comunicar, no podía hablar debido a la traqueotomía. Me despedí con un besito en su frente y él con la sonrisa más bonita que le había visto, la única que recuerdo.
Mientras escudriñaba más allá de la sala de espera del hospital X (que me dejó experiencias muy malas) descubrí una rata blanca nadando en un recipiente de vidrio para no ahogarse y una puerta que decía “Silencio, gato durmiendo”. Después por azares del destino y laborales conocí al gato dormido, dormido dentro de una “pecera” con la cabeza llena de electrodos. Me pregunto aún que soñaría ese gato.
Sobre doctores, recuerdo al homeópata que veía de niña, un señor con una nariz que me impresionaba: como una fresa enorme. En la consulta se dedicaba a bromear molestándome. Él reía, mis padres reían, pero yo no. Creo que me gustaba más la doctora que recetaba "agüitas", no recuerdo su rostro sólo su mano sosteniendo el péndulo de cristal mientras me hacía preguntas.
Sí, y como olvidar al que se apellidaba Malpica, me daba un miedo terrible sólo el escuchar que me llevarían con él. Ya me asustaban bastante las inyecciones como para soportar a un "malpica".
Los hospitales me gustan menos. Tengo el recuerdo de mi abuela paterna soplándole a un globo para “fortalecer sus pulmones”, pero ni el globo ni sus ganas pudieron frente a ese “virus de hospital”. La última vez que estuve con mi abuelito Antonio decía que le quitaran el globo que tenía en su garganta, más bien, lo escribía en la libretita que le dio su mujer para que se pudiera comunicar, no podía hablar debido a la traqueotomía. Me despedí con un besito en su frente y él con la sonrisa más bonita que le había visto, la única que recuerdo.
Mientras escudriñaba más allá de la sala de espera del hospital X (que me dejó experiencias muy malas) descubrí una rata blanca nadando en un recipiente de vidrio para no ahogarse y una puerta que decía “Silencio, gato durmiendo”. Después por azares del destino y laborales conocí al gato dormido, dormido dentro de una “pecera” con la cabeza llena de electrodos. Me pregunto aún que soñaría ese gato.
sábado, 9 de enero de 2010
Nubladitos
Cuando era una niña me gustaba muchísimo la “canción” de gotitas de lluvia, que iniciaba golpeando el dedo índice con la palma de la mano contraria. Así, de uno en uno, pasaba de una llovizna suave hasta el sonido del aguacero, aunque siempre me hacía falta el olorcito a humedad; aún hoy me reconforta. Así, luego pensaba que eran nubes suicidas y sentía esa tristeza en forma de piquetitos breves sobre el pecho. Entonces supe que los paraguas son de las cosas más bonitas para mí, eso sí, nunca he podido tener muchos porque siempre los olvido aquí o allá. Me gusta el frío húmedo que roza mis mejillas y, no niego, que todavía –a veces- salto en los charcos.
Todos vestidos en capas, buscando calorcito, son bonitos los arrumacos que provoca el agüita…
Todos vestidos en capas, buscando calorcito, son bonitos los arrumacos que provoca el agüita…
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