martes, 20 de septiembre de 2011
mal-estar-es
Miro la farola prendida a plena luz del día, las nubes inmóviles, las azoteas con sus tinacos (siempre me han parecido tan feos), las puntas de algunos árboles que se asoman como intentando alcanzar el cielo. A veces las enfermedades también nos permiten estos "espacios". Acaba de pasar una libélula volando juguetona que no habría visto de no estar en la cama. Mis dedos se mueven lentos sobre el teclado y pienso un poco en la lectura de ayer en la noche sobre la historiografía de la arquitectura para la clase a la que no asistí y en el trabajo que acabo de enviar por e-mail y en aquel otro que aún no inicio... Y cierro los ojos por segundos y aparece de nuevo la libélula danzando sobre el farol encendido y por instantes nada importa. Estoy yo, acostada, mirando sobre mi hombro derecho adentro-afuera del rectángulo que forma la ventana con el cuerpo cortado, como dicen aquellos, y los ojos llorosos. Sería tan bonito poder ver algunos papalotes de colores, como los que hacía de niña con papel de seda. Recuerdo mucho uno amarillo con una cola enorme hecha con trapos viejos...
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