Voy con el tornillo
preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.
Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.
Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.
El principio se une con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.
José Lezama Lima
1° de abril y 1976.
(Fragmentos a su Imán, 1970-1976)
miércoles, 31 de marzo de 2010
About
Me pregunto si mi vida sería más fácil si fuera un hombre: no tendría que depilarme con cera las piernas, no sería una floja por no maquillarme, mi cabello estaría perfecto sólo con bañarme, podría hablar con orgullo de mis muchas o breves conquistas sin que me catalogaran de fácil e inmoral y no sería mi culpa si un estúpido me hiciera sentir miserable; nadie me diría que exagero cuando les digo que estoy deprimida y que me asusto cuando alguien toca la puerta de mi oficina. No pensarían que soy una débil por llorar y querer salir corriendo -no sin antes decirle que es un hijo de puta y no soy su bufón-. Si no es para tanto que te digan que eres una rara que necesita terapias y que te toquen la mano para hacerte sentir peor y te mueras del asco, mientras el cínico babea de la excitación que le causa tu estado. Si no es para tanto que se burlen de ti. Si fuera un hombre quizás no sería para tanto, pero soy mujer y se trata de mí, y si los demás no lo entienden que no lo entiendan.
domingo, 28 de marzo de 2010
Mí
Hoy la soledad no me ayuda, preferiría estar acompañada, pero es tarde y hay muchas cosas que hacer en casa. Estoy asustada, la semana pasada fue tan oscura y triste. Me siento líquida y consumida, sólida y taladrada. Sí, soy fuerte, pero cómo les explico que la fuerza se filtra por la bolsita del pantalón mientras camino y queda como una línea tras de mí que cada vez se vuelve más delgada. Quisiera ser del color de las cuentitas verde mar de mi pulsera y circular como el anillo que llevo en el anular izquierdo -el que llega al corazón, dicen- con tanto amor. La tarde avanza y el Sol está tan amarillo que en cualquier momento se cerrará como el ojo de Polifemo para después abrirse a la oscuridad. Y mañana, tal vez mis ojos, mis dos ojos, quizás…
lunes, 15 de marzo de 2010
Hoy
Tengo las manos entumidas. Me duelen los dedos al moverlos. Mis dedos de papel maché con articulaciones de cristal.
Los ojos me pesan, es como si quisieran salirse de la cuenca y rodar hasta encontrar un huequito seco, desértico. Ojos de piedra pómez. Cansados de leer sólo letras durante ocho horas diarias.
Y la cabeza me grita que pare. Y no sé qué contestar cuando en una tesis de doctorado que será publicada el autor confunde palíndromo con anagrama y añade una cita explicando algo que no es, y no lo nota, porque sólo quiere decir que publicó un libro sin importar el libro.
Y me siento aún más triste.
Y mi padre me dice que debo ser fuerte, que no le gusta verme “esa cara”, y yo también. Y me pregunto por qué soy así, y no sé.
Los ojos me pesan, es como si quisieran salirse de la cuenca y rodar hasta encontrar un huequito seco, desértico. Ojos de piedra pómez. Cansados de leer sólo letras durante ocho horas diarias.
Y la cabeza me grita que pare. Y no sé qué contestar cuando en una tesis de doctorado que será publicada el autor confunde palíndromo con anagrama y añade una cita explicando algo que no es, y no lo nota, porque sólo quiere decir que publicó un libro sin importar el libro.
Y me siento aún más triste.
Y mi padre me dice que debo ser fuerte, que no le gusta verme “esa cara”, y yo también. Y me pregunto por qué soy así, y no sé.
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